jueves, 31 de diciembre de 2009


Aire puro


Por JESUS ANTONIO SAN MARTIN


Según la Organización Mundial de la Salud, el 80% de los españoles respiramos aire contaminado, sobre todo en las ciudades, donde los tubos de escape de los automóviles son responsables del 75% de la contaminación atmosférica. El otro 25% se estima que pueda deberse en su mayoría al humo de los cigarrillos. Fuera de las zonas urbanas la palma contaminante se la llevan las grandes empresas industriales cuyas chimeneas producen monóxidos de todo tipo en cantidades no menos industriales. Automóviles, industrias y cigarrillos son, a la corta o a la larga, los principales proveedores de pacientes para los hospitales, consultorios médicos y farmacias.

El veinte por ciento de los españoles que aún conserva el privilegio de respirar un ápice de aire puro vive en las zonas rurales o costeras, muchas de las cuales tampoco se libran de ser visitadas, aunque esporádicamente, por el fantasma de la contaminación aérea. Tales paraísos de relativa pureza atmosférica constituyen hoy el sueño de los pobladores urbanos. El refrán “de Madrid al cielo” se hace realidad cuando cientos de miles de madrileños salen disparados casi todas las semanas hacia la sierra y los ambientes rurales más cercanos e incluso, los más atrevidos, hacia las costas que, junto con los pocos bosques de los que todavía podemos disfrutar, continúan siendo las grandes reservas de oxígeno de la Península, especialmente las zonas costeras vírgenes.

Uno de los lugares más privilegiados de España en este sentido es Torremolinos, donde la pureza del aire de sus más de seis kilómetros de playa y de sus dos grandes parques, el Botánico de Los Manantiales y La Batería, además de su fresco y tupido bosquecillo de pinos, garantizan una gran dosis de salud a moradores y visitantes. Quien sueñe con venir al paraíso del rey del turismo, no dude de que también hallará en Torremolinos el más puro de los aires.


(Artículo de contraportada de los Semanarios de Publicaciones del Sur)

miércoles, 30 de diciembre de 2009




Los
pastos
de
España




Por JESUS ANTONIO SAN MARTIN



En diciembre de 2008 los economistas calculaban que para mediados del 2009 el paro en España rozaría el 14% de la población activa. Medio punto más estimaba La Caixa. Los cálculos del Banco de España eran más pesimistas: auguraban un 17% para el 2009, aunque la Comisión Europea de Bruselas apuntaba al 19%. Asímismo, el Instituto de Estudios Económicos (IEE) señalaba una tasa de paro del 18% para finales del 2009.


El 14% lo superamos en el mes de enero. Y el porcentaje del 18% barajado por el IEE es casi el que, pasado el ecuador del año 2009, experimentamos. En efecto, según los últimos datos, el número de parados en España supera los 4.100.000, es decir, justamente el 17,75% de una población activa de poco más de 23.100.000 personas. Y eso en pleno verano. No nos atrevemos a pensar en los dígitos que marcará el termómetro del desempleo a primeros del 2010, pasadas las fiestas. El Banco de España ha adelantado que la tasa de desempleo fácilmente alcanzará el 19% poco después de esas fechas. La firma financiera Cheuvreux calcula un 22%. Pero quien probablemente se acerca más a la realidad es el IEE, que estima para el 2010 un porcentaje mínimo del 20%, aunque desafortunadamente se disparará hasta un alarmante 25%, con lo que las filas de parados pueden llegar a estar formadas por unos 5.775.000 individuos o la cuarta parte de los trabajadores españoles.


Circulan rumores, que en realidad no lo son, de que el Gobierno pretende subir los impuestos. El IEE ya ha anticipado al respecto que eso sería un craso error, entre otras cosas, porque aumentaría considerablemente el número de parados al obligarse a cerrar muchas pequeñas empresas y negocios que no pueden enfrentarse ni a la más ligera subida tributaria. Mal puede ordeñarse la gran vaca si los pastos de España quedan secos.


(Artículo de contraportada de los semanarios de Publicaciones del Sur)

martes, 22 de diciembre de 2009



Esclavos de la Navidad



Por JESUS ANTONIO SAN MARTIN


El entero orbe que se dice cristiano celebra la Navidad, si bien en las grandes ciudades el espíritu navideño se manifiesta cada vez más como un reclamo comercial que como la genuina y desinteresada celebración familiar que fue en otros tiempos. Hoy día no se conciben las navidades sin mesas profusamente adornadas con velas y flores, y abarrotadas de turrones, mazapanes, botellas de champán y platos rebosantes de gambones, pavo y cordero, en clara competición con las mesas de los ricos. En muchos hogares las familias pierden los nervios y hasta riñen en Nochebuena por causa de los manjares y la presentación culinaria. Puede que hayan olvidado que lo importante no es lo que se pone en la mesa, sino lo que está en el corazón de los que comen juntos.

Cuando el comercialismo no imperaba, las mesas navideñas eran más sencillas entre la gente llana. Y esa gente era más feliz al compartir su felicidad con los demás parientes reunidos. No tenían el énfasis puesto en la mesa. La mesa no les era más que un trozo de madera alrededor del que reunirse y charlar y cantar. Hoy ni eso. Hoy la mesa de los que tiran la casa por la ventana la preside la diosa televisión. Pero hay familias tan pobres que ni siquiera pueden compartir una simple tableta de turrón; y sin embargo hallan gran placer en compartir un humilde plato de sopas de ajo. Y es que lo importante no es el plato, sino el comensal, por pobre que sea.

Tampoco se conciben hoy las navidades ni el día de Reyes sin un intercambio de costosos regalos que en muchos casos suponen préstamos y créditos a cuya amortización uno se ata el resto del año. El espíritu navideño se hizo carne en los ostentosos regalos y en el suculento comer y beber, y hasta en el pomposo vestir. Todo es rico por navidades, excepto la persona que se ha despojado de sus propias prendas para vestir un ídolo del que se ha hecho esclavo.

(Artículo de contraportada de los semanarios de Publicaciones del Sur)

lunes, 21 de diciembre de 2009


El silencio de Pio XII



Por JESUS ANTONIO SAN MARTIN



Tras la sorprendente decisión del Vaticano de beatificar al Papa Pio XII, se ha desatado gran desasosiego en los círculos judíos, debido a que el llamado “Papa de la guerra” guardó silencio o al menos no levantó su voz o protestó con la suficiente energía durante el Holocausto que costó la vida a tantos millones de personas. El Congreso Judío Mundial ha calificado el proyecto de beatificación de “inoportuno”.


Benedicto XVI defiende que su antecesor Pio XII sí protestó contra la barbarie nazi y por eso pudo salvar a unos 850.000 judíos. No obstante, la comunidad judía, al igual que el grueso de los historiadores, afirma que si Pio XII hubiera protestado tenazmente y denunciado vez tras vez al régimen nazi se hubieran salvado varios millones de judíos que fueron salvajemente exterminados.

El Vaticano defiende como sabio el proceder de Pio XII y afirma que tenía las manos atadas y nada podía hacer sino actuar con diplomacia, pues, de haberse enfrentado al colérico führer, lo hubiera pagado caro la Iglesia. Los historiadores y la comunidad judía por su parte enfatizan que Pio XII enmudeció de miedo ante la amenaza del esquizofrénico dirigente, que aseguró que borraría a la Iglesia del mapa. Los propios católicos se obligaron a señalar la poca fe que debía tener el Papa en las palabras de Jesucristo, cuando dijo que “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.

Los analistas históricos entienden que Pio XII, diestro en asuntos diplomáticos, debió haber pensado que el nazismo no podía estar en todas partes a la vez sin dividir sus tropas. Esta división fue la causa real que llevó al nazismo a la derrota. Por tanto, la amenaza del führer difícilmente se hubiera cumplido. Según los analistas, si Pio XII hubiera sopesado la realidad que el miedo le impedía sopesar, probablemente su voz se hubiera escuchado con fuerza en todo el orbe.

(Columna de contraportada de los semanarios de Publicaciones del Sur)

domingo, 20 de diciembre de 2009



CIUDADANIA


Por JESUS ANTONIO SAN MARTIN



Los escolares españoles cuentan ya con una nueva asignatura obligatoria, que ya existía antes de la guerra civil, según confirma la reedición de un libro de los años veinte que circula por los quioscos. La asignatura en cuestión se conoce como “Educación para la Ciudadanía” o, simplemente, “Ciudadanía”.

El ciudadano medio, y perdónesenos la redundancia, no acaba de entender bien el concepto de “ciudadanía”. Aparentemente, el término suena como “tratado de la buena educación y la cortesía en el ambiente ciudadano”. Para salir de dudas, lo mejor es consultar el léxico de la lengua castellana. Definen los diccionarios la palabra “ciudadanía”, para el tema que nos ocupa, como sinónimo de “civismo”. El Diccionario de uso del español, de María Moliner, dice textualmente que civismo es, además de cortesía y educación, el “comportamiento propio de un buen ciudadano”. Y a continuación cita la siguiente aplicación: “Hay que votar por ciudadanía”. Parece, pues, que en último extremo la “ciudadanía” está más orientada hacia la política que hacia la cortesía y los buenos modales. Tal es el sentido que se le da a esta nueva asignatura, que no es tan nueva, de “Ciudadanía”, como puede comprobarse por el contenido de la reedición del libro al que aludíamos al principio.

En nuestros tiempos escolares, los que nos tocó vivir al amparo o desamparo de un régimen distinto del actual, esta disciplina que hoy vuelve a denominarse “Ciudadanía” se conocía como “Formación del espíritu nacional” o, sencillamente, “Política”. Pero en la trastienda de la escolaridad también nos ocupábamos de seguir al pie de la letra las normas y consejos que leíamos en aquel eficaz tratado que hoy se echa muy en falta y que llevaba el sugestivo título de “Educación y mundología”, el cual nos enseñaba a ser buenos ciudadanos sin necesidad de ser políticos.

(Artículo de contraportada de los semanarios de Publicaciones del Sur)

sábado, 19 de diciembre de 2009


TRABAJAR
A MEDIAS


Por JESUS ANTONIO
SAN MARTIN


Está medio oscuro el asunto que esta semana sale entero a colación, referente a trabajar media jornada y cobrar la otra media como prestación por desempleo. Hay quien argumenta que si todos trabajásemos la mitad de lo que ahora trabajamos, es decir, cuatro horas en lugar de ocho, las empresas emplearían a más gente, con lo que el paro bajaría. ¿Seguro que bajaría? Por ley matemática, a más trabajadores contratados, menos parados. Pero con este sistema de las medias, a más trabajadores que se contratan, más gente apuntada al desempleo. Nos explicamos.

Supongamos que las empresas contraten por medio día a cuatro millones de parados. Si únicamente cobran por media jornada, la otra media la percibirán del Estado. Es decir, continuarán en las filas del desempleo, aunque sea a medias. El problema es que las empresas no pueden contratar a más trabajadores porque las ventas se cuentan con los dedos de media oreja. Pero supongamos que para contratar medio día a esos cuatro millones de parados se obliguen las empresas a reducir a la mitad la jornada completa a otros tantos millones de trabajadores que ya tienen contratados. Serían ocho millones trabajando media jornada; pero el desempleo crecería en la misma proporción, pues en lugar de haber apuntados cuatro millones, habría ocho millones, los cuales se supone que percibirían medio subsidio de desempleo.

Esto de las medias es un lío entero. No buscamos a medias los medios para vivir la vida entera, ni compramos media casa, ni pedimos medio préstamo al banco (de todos modos nos lo va a cobrar entero). Solo los gobiernos, cuando se trata de mediar en asuntos medio laborales y de medias prestaciones sociales, buscan el medio de hallar un medio para solucionar a medias la mitad de unos problemas que los ciudadanos no tenemos más remedio que sufrirlos enteros.

(Artículo de contraportada de los semanarios de Publicaciones del Sur)

martes, 15 de diciembre de 2009




Nobel de la guerra


Por Jesús Antonio San Martín



Por tercera vez se concede el Premio Nobel de la Paz a un presidente norteamericano. Los anteriormente premiados fueron T. Roosevelt y W. Wilson. Éste recibió el Nobel de la Paz en 1919 por su impulso a la Sociedad de Naciones; sin embargo, hizo que EEUU entrara en la Primera Guerra Mundial en 1917. Ya en 1914 había invadido México, y Haití en 1915, haciendo lo propio en 1916 con la República Dominicana. A Roosevelt se le concedió el Nobel en 1906 por su mediación en el conflicto entre Rusia y Japón. Partidario de que EEUU entrara en la contienda mundial, ya en 1898 Roosevelt había participado en la guerra de Cuba contra España, enrolado en el regimiento de caballería “los duros jinetes”.
Roosevelt se hizo más popular en 1902, al mediar en el conflicto de los mineros de Pensilvania, consiguiendo para ellos un aumento salarial del 10% y una reducción de la semana laboral. Y aunque creó la primera reserva natural de aves en Pelican Island, Florida, en 1903 provocó y financió la rebelión que llevó a Panamá a independizarse de Colombia, todo para construir un canal interoceánico y conseguir su dominio durante cien años, lo cual pactó con el recientemente instaurado gobierno panameño. No obstante, al año siguiente se mantuvo neutral en la guerra de Rusia contra Japón. En su segundo mandato presidencial destaca por su política intervencionista y en 1905 ordena la invasión de la República Dominicana. En 1906 recibe el Nob
el de la Paz; en octubre de ese mismo año había enviado tropas a Cuba para sofocar los disturbios de la isla.
Un 10 de diciembre, al igual que Roosevelt, recibe el presidente Obama el Nobel de la Paz. Sin embargo, como en el caso de sus predecesores, el Premio está ensombrecido por el envío de tropas, esta vez a Afganistán. Más que de la paz, el premio se perfila como un Nobel de la guerra.


(Artículo de contraportada de los semanarios de Publicaciones del Sur)

viernes, 11 de diciembre de 2009


Decir “te quiero”


Por Jesús Antonio San Martín


Decir “te quiero” no es comprar un costoso regalo el “día de los enamorados”; eso es una exigencia impuesta por el dios del comercio. Decir “te quiero” no es regalar pomposos ramos de flores ni delicados perfumes ni ostentosas joyas el día de aniversario de boda, ni tan siquiera invitar a una opípara comida en el mejor restaurante; eso es un mero cumplir de etiqueta que tal vez oculte la indiferencia o apatía amorosa del resto del año.

Decir “te quiero” es tanto como decir a nuestra inseparable media naranja: “Reconozco tu valía, agradezco tus atenciones y gentilezas, pienso en tí constantemente, me acuerdo de los muchos detalles que tienes conmigo, estoy contento de compartir mi vida contigo, tus regaños me son piropos, tus imperfecciones son manchitas de tinta en el océano, me encanta tu sonrisa y tu forma de hablar, alabo tus guisos aún si se te queman o salen insípidos, me doy cuenta del lindo vestido que llevas, de los zapatos de reina que calzas y del peinado que te ensalza, te encomio por lo bien que realizas las tediosas labores de ama de casa, mereces siempre lo mejor…”

Y todo eso no se dice solo con regalos una, dos o más veces al año: se dice con palabras que salen del corazón y con hechos que lo demuestran, día a día, todas las semanas, todos los meses, en todas partes, especialmente en el hogar, que es donde el amor debiera arder en toda su intensidad, pero que se enfría enseguida si no se alimenta su fuego con la leña y el carbón de la empatía, de la diplomacia, de la cortesía, del agradecimiento y reconocimiento, del saber ceder y, sobre todo, del saber entonar a tiempo, claro y audible, con sinceridad y sin largos silencios, la dulce y eterna melodía del “te quiero, te quiero, te quiero…”

Aprendámonos bien el estribillo. Grabémoslo profundamente en las tablas del corazón: Si el amor se va, no se va de golpe; se va poco a poco, como el agua que pierde el grifo que gotea. Cerremos bien el grifo y llenemos de agua del “te quiero” el aljibe de nuestro corazón. Mejor dar un “te quiero” diario, un ofrecerse por completo y un estar dispuesto de continuo, que solo regalos por compromiso en determinadas ocasiones del año. Ya lo dice una canción: “¿Me vas a ofrecer / pomposo querer / de aniversario? / Mejor que me des / de a poco tu ser / en todo el año”.

(Artículo de contraportada de los semanarios de Publicaciones del Sur)

miércoles, 9 de diciembre de 2009




Amor de Madre


Por Jesús Antonio San Martín



La mayoría de los humanos no apreciamos el gran valor de una madre y su profundo amor hacia nosotros… hasta que la perdemos. Triste, muy triste, es reconocerlo. Cuando nuestra madre ya no está entre nosotros es cuando realmente nos damos cuenta de lo mucho que valía y de lo mucho más que nos amaba. Ella lo hacía todo para nosotros, lo sufría todo y se privaba de todo porque no nos faltara nada, sin esperar nada a cambio. Cuando ella se va, no se va sola: con ella se va definitivamente el mejor trozo de nuestra vida; con ella se muere nuestra niñez, ese tierno ayer que, mientras ella vivía, parecía no tener final jamás. Con su ausencia, se nos cuela por las gargantas el amargor de la nostalgia y la vida pierde su color rosado. El corazón nos golpea; nos acusa de lo ingratos que tantas veces –quizá porque no la comprendiéramos debidamente- fuimos con ella. Ya viejecita y sola, quizá pasando necesidades y rumiando en la penumbra sus penas y el recuerdo de sus felices años, ¡cómo nos pesan tantos días o tantas semanas o tantos meses sin haberle hecho una visita y, lo que es peor, sin siquiera haberla llamado por teléfono! “¡Hola, mamá! ¿Cómo estás? Te mando un beso”. Ni siquiera eso, una simple llamada interesándonos al menos por su salud, que es lo que haríamos con cualquier amigo. ¡Cuánto más por la madre que nos dio la vida! ¡Cómo nos pesa no haberla mandado aquel ramo de flores que alegraría el rincón preferido de su humilde vivienda, aquella tarjeta que contribuiría a levantar su ánimo, aquel regalo que tanta ilusión le haría, aquella ropa, aquellos zapatos y aquel dinero que nos pedía porque le hacía tanta falta..! No, realmente no sabemos apreciar la profundidad del amor de una madre hasta el día de su partida. En ese día se nos queda verdaderamente huérfano el corazón y notamos que empezamos a morir. En ese día nuestros latidos suenan con más fuerza a Amor de Madre.

(Columna de contraportada de los semanarios de Publicaciones del Sur y Prensa Latino Americana)

lunes, 7 de diciembre de 2009




En el corazón de la sierra abulense, el pueblecito de San Juan del Olmo se denominaba Grajos hasta 1954; y, desde época medieval, Graxos. En su término municipal admiramos la necrópolis de La Coba y la Ermita de las Fuentes.



San Juan del Olmo, Grajos,
latido de la Sierra de Avila


Por JESUS ANTONIO SAN MARTIN



En el corazón de la Sierra de Avila, que es precisamente el corazón de España, a 1.283 metros de altitud y a 43 kilómetros de la capital, se encuentra el pueblo de San Juan del Olmo. Hasta 1954 ostentaba el nombre de Grajos. Desde la época medieval se denominaba Graxos, una pequeña aldea perteneciente al cercano municipio de Manjabálago, del que se separó en el siglo XIV.
El cronista Pedro Carpintero ha realizado un excelente trabajo sobre la historia de este pueblecito serrano de apenas 170 habitantes dedicados en su mayor parte a la agricultura y a la ganadería. Conocer San Juan del Olmo es como descubrir un tesoro escondido en medio del campo. Las tradicionales casas de San Juan del Olmo se agrupan graciosamente en torno a su majestuosa iglesia de evocaciones catedralicias, cuya singular torre, del siglo XV, probablemente formaba parte del primitivo templo, del que también se conservan restos. La parroquia y su curato dependían en otros tiempos del Convento de la Encarnación de Avila, al que Grajos abastecía de productos agrícolas y avícolas. Santa Teresa, como superiora del Convento, ejerció entre 1571 y 1573 su derecho de patronato sobre la iglesia de Grajos.
Relata Pedro Carpintero que el primer testimonio escrito que se tiene del lugar de Graxos data de 1250. El nombre aparece en una relación de los pueblos del obispado de Avila. Tanto las tierras de Graxos como las adyacentes pertenecían en sus inicios al caballero asturiano Illán de Llanes. Al objeto de facilitar a sus criados la tarea de los desplazamientos, mandó el caballero construir en el lugar de los Graxos unas chozas para albergar en ellas tanto a los jornaleros como a los animales domésticos que labraban las tierras. Este conjunto de chozas se convirtió con el tiempo en aldea y posteriormente en pueblo y en Concejo, bajo la denominación de Graxos. Sus habitantes estuvieron en un tiempo bajo el Señorío de Behetría, a cuyo Señor, don Nuño de Guzmán, pagaban por el arriendo de las tierras. Como todos los Concejos de Avila, Graxos hubo de aportar, por decreto que los Reyes Católicos emitieron en 1482, harina y cebada como contribución a la guerra de Granada.
Ya en el siglo XVIII, según el Catastro del Marqués de la Ensenada, Graxos tenía 313 habitantes, 111 casas y tres molinos harineros. Contaba el próspero pueblo con un cirujano, un escribano, cinco tejedores de lino, dos sastres, un zapatero, un herrero, dos arrieros y un organista y sacristán. La mayoría de sus habitantes se dedicaban, como hoy, a la agricultura y a la ganadería, de la que en tiempos se contabilizaron más de 4.000 reses.
El 15 de marzo de 1953 el Ayuntamiento de Grajos aprobó el cambio de nombre del pueblo, que en adelante se llamaría San Juan del Olmo, si bien en 1954 alguna de las actas municipales aún recogía el antiguo nombre de Grajos. Cerca del municipio se encuentra la necrópolis de La Coba, impresionante yacimiento, de los más importantes de la Península, que presenta extraños elementos pétreos y tumbas labradas en las rocas, de remota antigüedad.
Destaca en el término municipal, a unos 4,5 kilómetros de distancia, la Ermita de las Fuentes, reconstruída en 1669 sobre otra anterior. En su seno nace el rio Almar, afluente del Tormes, que vierte su caudal al Duero. La persona que visita por vez primera la Ermita de las Fuentes queda fascinada por su inesperada belleza y grandiosidad. Es una auténtica joya en medio del campo, entre cerros. Sorprende su majestuosidad. En su entrada, dos monumentales fontanas con sendas vírgenes sobre ellas atraen la atención del visitante. La ermita, que exhibe nada menos que cinco artísticos y suntuosos retablos, cuenta con una bellísima talla románica de Santa María Virgen, de finales del siglo XII. Se ubica la Ermita de las Fuentes en el epicentro del que una antigua y velada tradición da en llamar “gran triángulo sagrado” de la Península.
Imponente es la biblioteca de Grajos, que sorprende por su elevado nivel cultural. Y loable es la labor de la Asociación de Mujeres Castrejanas, que velan por las tradiciones locales. Quien no conoce San Juan del Olmo y la Ermita de las Fuentes, difícilmente puede sentir el auténtico latido de la Sierra de Avila, corazón de España.


SONETO A GRAXOS

Sobre el lecho dorado de la era,
tu soñar es nostalgia de amapola;
se abre el cerro detrás, suspiro de ola
que en su cuna mecerte bien quisiera.

Es tu sueño saeta que en la esfera
del reloj del Medievo gira sola;
del ayer resplandece tu aureola,
por doquier se derrama tu solera.

En tu seno la noche no es oscura
y tu encanto a los cielos enamora:
eres flor que no pierde su hermosura.

En las mágicas alas de la aurora,
¡quién tuviera -oh, Graxos- la ventura
de alcanzar tu regazo sin demora!


Jesús Antonio San Martín
Cronista Oficial de Torremolinos