domingo, 23 de mayo de 2010


Economías


Por JESUS ANTONIO SAN MARTIN


Hasta no hace mucho, el trabajador medio podía ahorrar unos euros del sueldo que percibía. Gracias a ese parco ahorro no pocos se han enfrentado a una crisis que aún persiste. Pero llega el tiempo en que, agotado el pecunio y ante el inminente recorte y congelación de salarios, ahorrar será una palabra desterrada del diccionario. Ahora ya no puede hablarse de ahorro sino de “economías”, es decir, de tacañería monetaria. El ciudadano sabe que vienen tiempos todavía más difíciles y es imprescindible economizar en las compras y en los gastos. Quien tiene la fortuna de trabajar y cobrar una nómina, por ínfima que sea, que realmente lo es frente a los disparatados precios del mercado, se ve ya en la necesidad de recortar el presupuesto.

Así, muchos ciudadanos que aún se permiten el lujo de desplazarse al volante de su coche han optado por suprimir el alquiler de la plaza de aparcamiento, además de utilizar con más frecuencia el transporte público. Al mismo tiempo, tanto éstos como los que no poseen un utilitario, han restringido desayunos, aperitivos, comidas y cafés en la calle. El tabaco, a la mitad si tan difícil resulta eliminarlo. El móvil, únicamente y en lo posible, para recibir llamadas. Lavadora y baño, una vez por semana. Agua y luces, al mínimo. La ropa y el calzado, preferentemente de mercadillo; nada de marcas y estrambóticas modas para el nene. Las carnes y embutidos, si acaso una vez a la semana, dando preferencia a los pescados y al consumo de frutas, verduras y cereales, además de cultivar la afición por las nutritivas y saludables sopas de ajo y cebolla. De refrescos, cerveza y vino, un dedo. Nada de productos alimenticios enlatados o ensobrados. A lo sumo, congelados.

Claro que, si todo el mundo hace lo mismo, tendrán que cerrar muchos negocios y las colas del desempleo darán la vuelta a la Península. Cosas de las economías.

(Artículo de contraportada de los semanarios de Publicaciones del Sur)

sábado, 15 de mayo de 2010


Recortes salariales



Por JESUS ANTONIO SAN MARTIN



Ahora que, según el INE, España empezaba a salir de la recesión, viene don José con la tijera y la cheira y nos recorta hasta las alpargatas. Y eso que “España iba bien” (o, más apropiadamente, “España, IVA, bien”), según pregonaba a todos los vientos, aunque los vientos de Europa soplaban más fuerte y nos lanzaban a la cara y a los ojos la arena de la cruda realidad, esa realidad que aquí nadie quería ver, pero que se paseaba con las fauces abiertas como los cocodrilos, esperando a los incautos. Y ahora hasta los ciegos la ven: ven que la economía española tiene un cáncer terminal.

Tal es la espantosa enfermedad cancerígena del presupuesto español, que, ante la constatación de que las arcas están vacías y no hay siquiera manera de cubrir su fondo, mucho menos de llenarlas, la Administración ha decretado que los sueldos de los funcionarios se recorten en más de tres mil millones de euros, entre otras descabelladas medidas que no son más que chapuzas de remendones. Es patente que, si a los funcionarios se les recorta el sueldo, no tendrán más remedio que recortarse ellos mismos y a la chita callando la parte proporcional de producción laboral correspondiente al recorte salarial que se les impone, con el consiguiente perjuicio para el probo ciudadano.

Por si fuera poco, más de seis millones de pensionistas se obligarán a seguir un régimen alimenticio a base de sopas de ajo y huevos escalfados, ya que, al congelárseles las pensiones, ésas que tan merecidas tienen tras largos y duros años de cotización, no podrán hacer frente a la subida de precios de los productos, que aquí no hay gobierno que meta la tijera ni queriendo. Esto de cargar contra funcionarios y pensionistas recuerda al administrador de comunidad que, para ahorrar gastos de luz, mandó quitar las bombillas de la escalera. Al final se descalabró una noche que tuvo que bajar por ellas.

(Artículo de contraportada de los Semanarios de Publicaciones del Sur)

lunes, 10 de mayo de 2010


La casa de arroz



Por JESUS ANTONIO SAN MARTIN



A unos estudiantes de Uruguay se les ha ocurrido la insólita idea de crear el “hormigón ecológico”, material hecho a base de cáscara de arroz. Oído así, nos da por imaginar que los ladrillos fabricados con cáscara de arroz deben de ser muy propios para levantar las paredes de un restaurante especializado en paellas, lo cual no tendría sentido si, en lugar de cáscara de arroz, se utilizara cáscara de trigo o de centeno en la fabricación de los dichosos ladrillos. Estos últimos irían mejor para restaurantes que sirven gachas y migas.

Pero vayamos al asunto. Los estudiantes creadores del maravilloso hormigón, de quienes sus profesores deben de estar orgullosos y hasta seguramente les habrán concedido matrícula honor, tuvieron tan genial ocurrencia debido al problema detectado en la ciudad en que viven. Resulta que allí se queman todos los días toneladas de cáscara de arroz, lo cual hace que muchos conciudadanos sufran de los bronquios. Solución: emplear las cáscaras arroceras en la fabricación de hormigón. Y así, mezclando cáscaras de arroz con arena y cemento, salió el “hormigón ecológico”. Claro que el material no es lo suficientemente duro como para emplearlo en los cimientos de una casa; pero sí va de maravilla para techos y paredes, ya que el material protege de ruidos y humedades como pocos materiales de construcción lo hacen. Y además sale mucho más económico que los ladrillos y bovedillas convencionales, por lo que en aquellas latitudes tan ricas en pobreza ha sido muy bien recibida la idea.

Dados nuestros tiempos paupérrimos, no cabe duda de que ese bendito hormigón ecológico se fabricará también en España, suponemos que en Calasparra o en La Albufera, donde el arroz sale por un tubo. Tomen nota los paisanos: ya pronto nos construiremos una casa hecha a base de arroz.


(Artículo de contraportada de los semanarios de Publicaciones del Sur)

domingo, 2 de mayo de 2010


A huevazo limpio


Por JESUS ANTONIO SAN MARTIN


El parlamento ucraniano más parecía esta semana el gallinero de la tía Ambrosia, al liarse los parlamentarios a huevazos unos contra otros. Allí todo era cuestión de huevos y, quien más tenía, más tiraba. Y menos mal que no había sartenes de por medio, que si no, hubieran sonado todas las cabezas a hueco, y no precisamente por culpa de las sartenes. Para protagonizar aquel espachurramiento tortillil, no se sabe de dónde pudieron los contendientes sacar tanto producto gallináceo en menos que canta un gallo o, más apropiadamente, una gallina, que es la que pone, mientras el parlamento propone y el gobierno dispone, a la vez que el fisco impone. Como no los tuvieran en los asientos…

Los de aquel parlancio huevero deben de estar ya preparados para estas kikiriqueras lides de corral, pues al instante sacaron paraguas antimisiles de los estrados, que ya echaban hasta humo. Es posible que tales artefactos antichorreantes los tengan allí por si hay goteras y así no se mojan sus señorías cuando llueve. En los parlamentos ucranianos todo es posible. Hasta es posible que las leyes las saquen a huevo, como debe de ocurrir en tantos países no tercermundistas.

Para tener la merienda completa, además de liarse a huevazos, los modélicos parlamentarios se repartieron tortas hasta en las partidas de nacimiento y se llamaron por los nombres de pila de una vecina que es pescadera en el mercado y que, en lugar de peces, debería despachar lengua con lejía.

Menos mal que estas trifulcas ovoides no se dan en el bendito y saleroso parlamento español, más que nada porque no hay gallinas que pongan huevos en los escaños, a pesar de los evidentes cacareos, aparte de que a ninguna de las señorías se le ocurre entrar con paraguas en el hemiciclo. ¿Para qué, si nadie tira huevos? Aquí todos los huevazos son verbales.
(Artículo de contraportada de los semanarios de Publicaciones del Sur)