sábado, 30 de enero de 2010


Edad de jubilación



Por JESUS ANTONIO SAN MARTIN



Se quiere retrasar la edad de jubilación a los 67 años. ¿Requerirá el asunto la máxima urgencia debido a que las arcas públicas no alcanzan para cubrir las pensiones y las prestaciones por desempleo? El retraso en la jubilación se impondrá de forma gradual entre el 2013 y el 2025. Eso es lo que se piensa proponer para su aprobación por ley. Cuando esto entre en funciones, ¿qué ocurrirá con aquellos parados que cumplieron 65 años y que, agotada hace tiempo la prestación por desempleo, esperaban cobrar su merecida pensión de jubilación al haber alcanzado la edad legal de 65? ¿Tendrán que esperar otros dos años hasta cumplir los 67? Es de suponer que, mientras tanto, estén percibiendo la ayuda de 400 euros y pico mensuales que se da a los mayores de 55 años sin empleo.

Y, hablando de parados, en el presente se cuentan cuatro millones de ellos. No todos cobran; muchos, ni siquiera la ayuda. De seguir cerrándose empresas y negocios al ritmo actual, la tasa de paro se disparará pronto a niveles alarmantes, superiores al ya inminente 20%. Y las arcas públicas quedarán como un higo espachurrado. Contrariamente a lo que los economistas esperaban, el desempleo en España dobla al del promedio de los países de la Comunidad Europea. El paro en España supera incluso al de países que creíamos más pobres, como Letonia, Lituania, Estonia y Eslovaquia.

De jubilados tenemos hoy en la nación más de ocho millones. Del 2010 al 2013 su número se incrementará considerablemente al incorporarse, ya cumplidos los 65 años, los nacidos entre 1945 y 1948. A ello contribuirá también el notable descenso en la tasa de mortalidad. Algunos expertos calculan que para el 2013 los jubilados llegarán a los diez millones, tantos como la mitad de la población activa. Eso significa que dos contribuyentes tendrán que mantener a un jubilado, sin contar los parados.

(Artículo de contraportada de los semanarios de Publicaciones del Sur)

lunes, 25 de enero de 2010


Los bancos no ayudan


Por JESUS ANTONIO SAN MARTIN


Los bancos, que no sus probos empleados, son entidades sin corazón humano y se entiende que únicamente están para ganar dinero con los ahorros, los capitales y las gestiones que les confían los ciudadanos. Mantener una sencilla cuenta le cuesta auténticos sudores al trabajador que por la correspondiente entidad bancaria se obliga a percibir su salario. No debieran los bancos cobrar tales gastos a quienes mantienen su cuenta gracias a una nómina; pero los cobran, particularmente las cajas de ahorro, aunque es posible que algunas entidades se libren de ser señaladas.

Las comisiones y gastos bancarios crecen anualmente más que el IPC, que en 2009 quedó en el 0,8%, mientras que las tarifas de las comisiones bancarias se dispararon cinco puntos por encima. ¿Pudiera ser que los bancos también estén en crisis, aunque no saquen el asunto a la luz pública, y tal vez su crisis económica sea peor que la que sufre cualquier ente físico? Si a todos los impositores y clientes les diera por retirar sus fondos al unísono, ¿se implantaría el temido “corralito”, mediante el cual los ciudadanos únicamente podrían retirar una porción de lo solicitado?

Pero no tiramos por aquí los pelotazos, porque es lógico que los bancos ganen muchísimo dinero con el poco dinero de sus muchos clientes. Lo que ya no parece tan lógico es que algún banco cobre hasta el 70% de una pequeña ayuda destinada a las víctimas del terremoto de Haití. Es lo que pudimos apreciar en televisión cuando una reportera visitó varias entidades bancarias intentando enviar por transferencia 10 euros para ayuda de los damnificados haitianos. De esos 10 euros, un banco cobraba 3 euros de comisión por la gestión y, aún otro, hasta 7 euros. Y es que los bancos no están para ayudar a los humanos. Los bancos no son humanos. Y aquí han demostrado ser pedruscos de avaricia.
(Artículo de contraportada de los semanarios de Publicaciones del Sur)

sábado, 9 de enero de 2010



España
a ciegas


Por JESUS ANTONIO SAN MARTIN


A pesar de la subida de luz, España continúa a oscuras. Y la oscuridad se cierne aún más amenazadoramente sobre cuatro millones de parados inscritos en las oficinas de empleo. Lo de “empleo” es ciertamente un contrasentido, pues, que se sepa, nadie sale de ellas colocado. La lengua popular, que es sabia y suele contar las verdades, habla de cinco millones de parados, casi la cuarta parte de la población activa de hoy. Ya se acercó a ese porcentaje en tiempos del rector de cuatro legislaturas y repetimos curso ahora. Y ya es paradójico que, mientras otras naciones con menos problemas estabilizan sus impuestos debido a la tasa de paro, en España se disparen las flechas de los tributos, flechas que se clavan amargamente en los lomos de los sufridos ciudadanos.

Nuestros vecinos de Europa, que nos ven desde fuera, dicen que poca luminosidad, si acaso alguna, emana de los cristales de nuestras ventanas. Y razón tienen, pues dentro nos apañamos con una cenicienta vela cuya pálida llama se debilita, en tanto que los amos de la casa nacional, que llevan gafas oscuras y bastón y andan a tientas, se encargan de conducir la tartana que a diario tomamos, la tarifa de cuyo transporte se ha elevado a las etéreas beatitudes. Ahora los de las antiparras ahumadas son también los conductores del tren de Bruselas.

Los periódicos europeos no tienen mucha fe en estos conductores españoles. Aducen que la conducción del país deja mucho que desear y no precisamente por culpa de las carreteras que, aunque están llenas de baches, no es imposible sortearlos. Si éste es el caso, agregan, difícilmente podrán conducir con éxito el tren de Europa, cuyo manejo exige gran pericia. Europa estima que el tren ha de llevarse por la vía estrecha que permita resolver los problemas de los ciudadanos. Pero probablemente circulará por la vía ancha que intente garantizar el funcionamiento de las instituciones.

(Artículo de contraportada de los semanarios de Publicaciones del Sur)

domingo, 3 de enero de 2010


¡Aquí hay tomate!


Por JESUS ANTONIO SAN MARTIN


Si comer los productos del campo resulta caro, no es porque los alimentos los dé la tierra a precios de andar por las nubes, que, dicho sea de paso, andan perezosas a la hora del riego. Del campo a la mesa, el promedio de encarecimiento de los productos que se consideran de primera necesidad se acerca ya al 500%, llevándose las tajadas del león, no los sufridos agricultores que dejan su vida en el duro agro, sino los avarientos intermediarios que probablemente zampan a carrillo inflado y no precisamente lechugas.

La Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos ha elevado al respecto su patético clamor a las alturas, aunque allá no haya orejas o, si las hay, sordas serán, amén de gordas. Pero, por mucho rogar y con el mazo dar, nadie mueve un dedo para intentar detener el descarado avance del latrocinio que supone incrementar de un día para otro los precios que soporta el consumidor en la cesta de la compra, mientras que al productor le dan menos que las migajas. Ahí tenemos, por ejemplo, el caso de las cebollas, que es para ponerse a llorar y no precisamente porque se pelen. Las cebollas se le compran al agricultor a 6 céntimos el kilo y el consumidor las paga a 1,04 euros, es decir, ¡un incremento bestial del 1.600%! ¿Cuántos miles de toneladas de cebollas se venden cada día en el mercado? Pues en esa proporción (y en la del resto de mercaderías) se inflan los bolsillos de no pocos.

La leche no se encarece tanto como los productos agrícolas. ¡Faltaría más! Pero soporta su descabellado 231% de aumento entre el ganadero y el consumidor. Y el humilde tomate que al hortelano se le paga a un promedio de 0,50 euros, lo costeamos finalmente a otro promedio de 1,50 euros. A todo este disparatado asunto bien podemos aplicar el popular dicho que reza: “¡Aquí hay tomate!”

(Columna de contraportada de los semanarios de Publicaciones del Sur)

sábado, 2 de enero de 2010



La gripe A



Por JESUS ANTONIO SAN MARTIN



Dicen los titulares de prensa de la semana que “cerrar colegios y sortear aglomeraciones no logrará evitar la expansión de la gripe A”. Y comparan la gripe que se nos avecina con aquélla asiática de 1957 en que toda profilaxis, en opinión de los galenos, resultó ser completamente ineficaz. Por si fuera poco, la OMS hace saltar hoy todas las alarmas y afirma tan fresca que la gripe de ahora la vamos a pillar dos mil millones de terrícolas, es decir, la tercera parte de la humanidad.

A la gripe actual, la que ya nos llueve y nos pillará sin paraguas, se le ha dado en llamar por la primera letra del alfabeto, la A. Ello pudiera significar que las posteriores gripes -que seguramente vendrán, ya que vacunas se fabrican por varios tubos para gloria y honra pecuniaria de la industria farmacéutica-, tal vez sean bautizadas con las veintitantas letras restantes hasta llegar a la Z.

Si, como fue el caso del trancazo del 57, toda prevención es poca con respecto a la nueva gripe, uno se pregunta que cómo es posible que la perfecta máquina del cuerpo humano no pueda fabricar defensas naturales contra el contagio. La OMS recalca que el único remedio es vacunarse y que aquí la naturaleza nada pinta. Es a todas luces desatinado el hecho de que tengamos que estar supeditados a inyectarnos unos venenos industriales de los que poco o nada saben ni aun los propios fabricantes de los virales, que aquí quedan como aprendices de brujos y no como doctores. Patente es que la inoculación del nuevo potingue fabricado en tiempo récord (¿o ya estaba fabricado antes de detectarse la influenza?) viene a ser poco menos que el juego de la ruleta rusa.

Así que ya lo sabemos. De poco nos va a servir embutirnos una mascarilla en los morros y de poco evitar estrecharse las manos o saludarse las féminas con un casto beso facial. Una gran bestia salvaje anda suelta y al final nos devorará si rehusamos la estampación de su marca.

(Columna de contraportada de los semanarios de Publicaciones del Sur)