domingo, 3 de enero de 2010


¡Aquí hay tomate!


Por JESUS ANTONIO SAN MARTIN


Si comer los productos del campo resulta caro, no es porque los alimentos los dé la tierra a precios de andar por las nubes, que, dicho sea de paso, andan perezosas a la hora del riego. Del campo a la mesa, el promedio de encarecimiento de los productos que se consideran de primera necesidad se acerca ya al 500%, llevándose las tajadas del león, no los sufridos agricultores que dejan su vida en el duro agro, sino los avarientos intermediarios que probablemente zampan a carrillo inflado y no precisamente lechugas.

La Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos ha elevado al respecto su patético clamor a las alturas, aunque allá no haya orejas o, si las hay, sordas serán, amén de gordas. Pero, por mucho rogar y con el mazo dar, nadie mueve un dedo para intentar detener el descarado avance del latrocinio que supone incrementar de un día para otro los precios que soporta el consumidor en la cesta de la compra, mientras que al productor le dan menos que las migajas. Ahí tenemos, por ejemplo, el caso de las cebollas, que es para ponerse a llorar y no precisamente porque se pelen. Las cebollas se le compran al agricultor a 6 céntimos el kilo y el consumidor las paga a 1,04 euros, es decir, ¡un incremento bestial del 1.600%! ¿Cuántos miles de toneladas de cebollas se venden cada día en el mercado? Pues en esa proporción (y en la del resto de mercaderías) se inflan los bolsillos de no pocos.

La leche no se encarece tanto como los productos agrícolas. ¡Faltaría más! Pero soporta su descabellado 231% de aumento entre el ganadero y el consumidor. Y el humilde tomate que al hortelano se le paga a un promedio de 0,50 euros, lo costeamos finalmente a otro promedio de 1,50 euros. A todo este disparatado asunto bien podemos aplicar el popular dicho que reza: “¡Aquí hay tomate!”

(Columna de contraportada de los semanarios de Publicaciones del Sur)

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