sábado, 5 de junio de 2010


Alimentos transgénicos



Por JESUS ANTONIO SAN MARTIN



Si a un individuo le transfunden genes de cualquier bicho, imagínense ustedes lo que puede salir de ahí. Pues eso son los alimentos transgénicos: hasta ahora, productos del campo a los que se les han transfundido genes de otros productos camperos. En este nuevo jugar a los dioses para producir un agrícola Frankenstein se trastoca la secuencia del ADN de las plantas y las semillas para intentar producir un alimento que hipotéticamente supere en calidad al que da la propia naturaleza, como si lo natural estuviera mal diseñado.

Hasta ahora son cincuenta los productos transgénicos que se intentan colocar en el mercado; eso sí, a precios astronómicos y sin especificar nada en las etiquetas de los envases para que el consumidor no se alarme. Por su carestía, más parece que tales insulsos bocados se hayan criado en Marte. Pero esto del precio se comprende perfectamente: detrás de todo el tinglado andan las más poderosas multinacionales del planeta, apoyadas por los gobiernos que ponen el cazo. Aquí lo que importa es ganar dinero a costa de los que no tenemos más remedio que comer para procurar vivir sanos, que lo vamos a tener cada vez más difícil con la basura de lo transgénico.

A los aprendices de dioses les encanta meter el corvejón en la probeta y andarse en pruebas a siniestro, que no a diestro, a ver si el santo sale con barbas o sin ellas. Al final les ocurrirá como a la madame de la cantinela, que “en pruebas se le fue el virgo Juana”. Ya en otros tiempos unos aprendices de dioses se pusieron a mezclar venenos para despiojar las plantas y por poco se cargan la naturaleza entera con el mortífero DDT. Pero peor lo hicieron los que se partieron el coco inventando la “talidomida” y casi dejan el arte sin pianistas. Y ahora en España se prueba la transgenia con el maíz. Será cuestión de despedirse de la gallina en pepitoria.

(Artículo de contraportada de los semanarios de Publicaciones del Sur)

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